martes, 18 de junio de 2013

El museo Embrujado...

David y Adrián, hermanos ellos, recorrían el pueblo a pie, guiando a Mauricio, un primo por parte de madre. Era la primera vez que Mauricio los visitaba, y los hermanos se ofrecieron para mostrarle el pueblo, sus partes interesantes, según ellos, dos muchachos de trece y quince años (Adrián era el mayor), Mauricio tenía catorce.
Tras evitar las partes aburridas, según su criterio, ya no les quedó nada obvio por enseñarle. Se detuvieron en una esquina a discutir hacia dónde iban. El sol había bajado bastante pero aún era temprano.

- ¿Y si vamos a la canchita de fútbol? -preguntó David.
- No, no hay nada para mostrar, sólo un campo -dijo Adrián, y agregó-. Podemos ir mañana, con la pelota.
- Claro, ahora qué íbamos a hacer. Mañana vamos y jugamos un rato.
- Sólo esto es el pueblo, ¿cómo no se aburren aquí? -comentó Mauricio, mirando hacia todos lados. 
- No. Hay otras cosas, hay… -a Adrián no se le ocurría más nada, y pensando giró la cabeza como si fuera a encontrar una respuesta a su alrededor; y la encontró.

A unos treinta metros de su posición, en la otra vereda, se hallaba el museo del pueblo.  Lo había fundado un anciano de origen español. Nunca tuvo éxito, pues entre otras cosas era un museo de arte, y la gente de la zona lo asociaba con algo aburrido. 
Los hermanos nunca habían pisado aquel local, pero ahora a Adrián le pareció una buena idea, así su primo iba a ver que no era un pueblo aburrido.

- Podemos ir al museo. Está allí -señaló Adrián con el brazo extendido.
- ¿Tienen museo? -preguntó asombrado Mauricio.
- Si. Es de cosas viejas y… arqueonomía o algo así.
- Arqueología -aclaró Mauricio.
- Si, de eso. 
- ¿Y ese coso no está cerrado? -preguntó David.
- Que va a estar cerrado, cerrada está tu cabeza - le respondió Adrián.

Al llegar frente a la puerta, que estaba cerrada, David fue a decir que tenía razón, pero tras un chirrido lastimoso la puerta quedó entornada, y su hermano se adjudicó una victoria-. ¡Ahí está! Que va a estar cerrado ni que nada…
Al entrar los tres exclamaron un ¡Guau! El local era enorme y estaba repleto.  La luz del sol entraba por las ventanas en forma de rayos rectangulares que llegaban hasta el piso. En el fondo había una puerta, y otra se encontraba en una de las paredes laterales. En los muros habían cuadros, en el centro del salón algunas esculturas, y en un rincón estaba la parte de arqueología.
Los muchachos primero observaron unos cuadros, bromearon con sus formas extrañas y se reían.
Adrián, mientras reía, recorrió el lugar con la vista, temiendo que en cualquier momento pudiera salir alguien por una de las puertas y correrlos por su comportamiento.
Llegaron a la parte de arqueología. Llamó su atención una mano momificada, arrugada y renegrida, e inclinados sobre el cristal que la protegía la observaron con asombro.  David y Mauricio se fueron a mirar otra cosa; Adrián ni lo notó, pues la mano lo tenía impactado.  La envolvía en parte una venda amarillenta toda deshilachada. Sorpresivamente el pulgar de la mano se arroyó más, y de pronto todos los dedos empezaron a moverse y galoparon en el aire, sacudiéndose como las patas de una araña.
Adrián gritó y se apartó del cristal, y como respuesta a su grito se escuchó una voz que venía desde el fondo: - ¡Marchaos de aquí, muchachos incultos! ¡Todos los de este pueblo son unos incultos! ¡Que os marches he dicho!

Al voltear alarmados hacia la voz, vieron que era un anciano de canas revueltas el que gritaba.
Adrián alcanzó la puerta primero, pero dejó que su hermano y su primo pasaran antes que él. Cuando fue a salir, el anciano, en un instante, había avanzado una gran distancia, aunque no se lo veía caminar, y uno de sus brazos ya se estiraba hacia él, mas alcanzó a salir antes que lo agarrara.
Cuando les contó lo de la maño y les dijo que el viejo era una aparición, su hermano y el primo no le creyeron, pues ellos solamente habían visto a un viejo gritando, mas consideraron que tenían que contarle aquello a sus padres, porque el viejo había sido muy grosero. Al hacerlo, David y Mauricio supieron que Adrián no mentía. Resultó que a ellos tampoco les creyeron, porque el museo estaba cerrado desde la muerte del viejo español, y en el local ya no quedaba nada, el lugar estaba vacío, se habían llevado todo para otro museo.

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